Una palabra me consiste
en la pavesa suave de un eco que se humilla
y yo entrego a la orilla la moneda
para abordar, deprecación a espaldas,
la barca sombra que ha de transirme la corriente.
Partimos en hipnóticas mitades
los rápidos nocturnos:
no quiero naufragar
y la sombra hace noche entre sus tramos.
Heme aquí nuevamente:
el eco ingrávido
temeroso de hundirse antes del sueño,
de la otra orilla,
de tanto transitar inhóspito,
de tanto planetar adolorido por el último río de este mundo
sobre una sombra frágil que cruje milagrosa...
sobre una vieja barca, que hace noche a borbotones
ante la parquedad indiferente
del acertijo que la rema al otro lado.
Atracamos por fin,
una vez más la palabra me consiste
y el peaje está cubierto.
Cierro los ojos...
Duermo.
1
Falta ser el estúpido, el agónico
el proverbial trago amargo, el de los tálamos
en que los esponsorios con la muerte
se consuman sin fin
según alguna absurda profecía.
El fuego tiene compasión de mí,
hambre de mí,
degradación de mí,
de mí el tono fugaz, azul, rabioso;
el lento de mi rojo arder en centro;
mi amarillo danzante todo lenguas
y el cauce desbocado
en llamarada carne plañidera.
Me desgajo,
gajos de fuego en lechos de ceniza,
algo intuitivo y pasto de condena
me encuentro un poco diferente
de lo que acostumbraba...
soy esquirlas de viento sin motivo.
El recuerdo no sabe cómo devorarme el alma,
la mira desde todos los ángulos,
dubita frente al prototipo extraño
no halla qué hacer:
tal vez mi alma es eterna (casi puedo creerlo),
pero el recuerdo no se ha dado cuenta
y exhalo con alivio
desde todos los puntos
a los que la pasión me ha dispersado.
2
Mídeme el giro asiduo de la pasión, que lenta
va tomando la forma de mis tiempos de ensueño
en que no irrumpe nada cercano a lo pequeño
sobre mi voz en ruinas, de numinosa afrenta.
Mídeme la paciencia que escasea en mis manos;
la golondrina ambigua que puebla mis dinteles;
la furia inaccesible de los fieros lebreles
cuidando que no tomen figura mis arcanos.
Mídeme el trillo raudo de las sierpes feroces
que persiguiendo al vino me reptan con las voces
de una furia impecable de frialdad infinita.
En fin, miden mi vida las delicias atroces,
los azares perversos del juego de los dioses
y una lujuria espléndida de expectación maldita.
1
La brisa brilla
por el lado derecho de la luna transformado en oráculo;
la pitonisa labra fuentes móviles
con mis huesos artríticos;
tengo el rugido contrito entre las penas
y el llanto llega en lentas mascaradas.
Una incisión felina llena el vaso de sangre
en que cada latido es la nostalgia:
forma de corazón,
de corazón sangrante,
de corazón que sangra
entre los imposibles cadenciosos de la voz que no ceja
mientras mi desatino se desata.
Selva y sonido de la madrugada:
el alba está de fiesta en su derramamiento,
y el sol viene a buscarme
perdido entre la esencia de mis ruinas.
Soy la noche anterior,
la noche entera que se expone al viento
para agitar sus penas,
la noche que amanece,
la noche que soy yo, pero que ajena
vibra en el canto ciego del portal que me acoge
mientras lo canta el aire,
la noche que se agrieta en firmamento oblícuo,
la noche que se agrieta.
0
Un encuentro recíproco,
entre el minuto enhiesto que me espera
y la fascinación con que lo abordo...
¡ qué sé yo !,
todo cabe en este paso que no acaba.
El siguiente es la puerta de la noche,
el tiempo de fatigas escabrosas en el borde alegórico del miedo
- de subsistir en cuartos
casi menguantes del color de nada -.
Y el extremo punzante de la idea
se me clava en estrofa
- en rígidas palabras que laceran
fundidas con acero de silencio -.
Un pensamiento y otro,
como diluvio azul de eternidad
sobre un íntimo ritmo descompuesto,
toman mi corazón
y ya no hay otra cosa qué decir.
Suena un timbre...
Despierto.
CRISTIÁN
en la pavesa suave de un eco que se humilla
y yo entrego a la orilla la moneda
para abordar, deprecación a espaldas,
la barca sombra que ha de transirme la corriente.
Partimos en hipnóticas mitades
los rápidos nocturnos:
no quiero naufragar
y la sombra hace noche entre sus tramos.
Heme aquí nuevamente:
el eco ingrávido
temeroso de hundirse antes del sueño,
de la otra orilla,
de tanto transitar inhóspito,
de tanto planetar adolorido por el último río de este mundo
sobre una sombra frágil que cruje milagrosa...
sobre una vieja barca, que hace noche a borbotones
ante la parquedad indiferente
del acertijo que la rema al otro lado.
Atracamos por fin,
una vez más la palabra me consiste
y el peaje está cubierto.
Cierro los ojos...
Duermo.
1
Falta ser el estúpido, el agónico
el proverbial trago amargo, el de los tálamos
en que los esponsorios con la muerte
se consuman sin fin
según alguna absurda profecía.
El fuego tiene compasión de mí,
hambre de mí,
degradación de mí,
de mí el tono fugaz, azul, rabioso;
el lento de mi rojo arder en centro;
mi amarillo danzante todo lenguas
y el cauce desbocado
en llamarada carne plañidera.
Me desgajo,
gajos de fuego en lechos de ceniza,
algo intuitivo y pasto de condena
me encuentro un poco diferente
de lo que acostumbraba...
soy esquirlas de viento sin motivo.
El recuerdo no sabe cómo devorarme el alma,
la mira desde todos los ángulos,
dubita frente al prototipo extraño
no halla qué hacer:
tal vez mi alma es eterna (casi puedo creerlo),
pero el recuerdo no se ha dado cuenta
y exhalo con alivio
desde todos los puntos
a los que la pasión me ha dispersado.
2
Mídeme el giro asiduo de la pasión, que lenta
va tomando la forma de mis tiempos de ensueño
en que no irrumpe nada cercano a lo pequeño
sobre mi voz en ruinas, de numinosa afrenta.
Mídeme la paciencia que escasea en mis manos;
la golondrina ambigua que puebla mis dinteles;
la furia inaccesible de los fieros lebreles
cuidando que no tomen figura mis arcanos.
Mídeme el trillo raudo de las sierpes feroces
que persiguiendo al vino me reptan con las voces
de una furia impecable de frialdad infinita.
En fin, miden mi vida las delicias atroces,
los azares perversos del juego de los dioses
y una lujuria espléndida de expectación maldita.
1
La brisa brilla
por el lado derecho de la luna transformado en oráculo;
la pitonisa labra fuentes móviles
con mis huesos artríticos;
tengo el rugido contrito entre las penas
y el llanto llega en lentas mascaradas.
Una incisión felina llena el vaso de sangre
en que cada latido es la nostalgia:
forma de corazón,
de corazón sangrante,
de corazón que sangra
entre los imposibles cadenciosos de la voz que no ceja
mientras mi desatino se desata.
Selva y sonido de la madrugada:
el alba está de fiesta en su derramamiento,
y el sol viene a buscarme
perdido entre la esencia de mis ruinas.
Soy la noche anterior,
la noche entera que se expone al viento
para agitar sus penas,
la noche que amanece,
la noche que soy yo, pero que ajena
vibra en el canto ciego del portal que me acoge
mientras lo canta el aire,
la noche que se agrieta en firmamento oblícuo,
la noche que se agrieta.
0
Un encuentro recíproco,
entre el minuto enhiesto que me espera
y la fascinación con que lo abordo...
¡ qué sé yo !,
todo cabe en este paso que no acaba.
El siguiente es la puerta de la noche,
el tiempo de fatigas escabrosas en el borde alegórico del miedo
- de subsistir en cuartos
casi menguantes del color de nada -.
Y el extremo punzante de la idea
se me clava en estrofa
- en rígidas palabras que laceran
fundidas con acero de silencio -.
Un pensamiento y otro,
como diluvio azul de eternidad
sobre un íntimo ritmo descompuesto,
toman mi corazón
y ya no hay otra cosa qué decir.
Suena un timbre...
Despierto.
CRISTIÁN
hoy me encuentro con tu blog....muy interesante,,aunq me llebara tiempo verlo.hasta luego
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