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sábado, 14 de marzo de 2009

Aquella entrevista a las diez y media


Era una mañana de ésas como las que tuvimos tantas, de las que comenzaban con el hormigueo de los productores, con los gritos por celular porque el remise había ido a otro lado y el invitado no llegaba. Una de esas mañanas en las que todo funcionaba al milímetro entre las decenas de personas que estábamos ahí, trabajando en lo que a nadie le parecía del todo un trabajo. Estábamos un poco molestos, hacía unas semanas se había instalado en televisión el minuto a minuto, una herramienta ya en desuso en la mayoría de los países serios. Nadie sabía bien cómo leer eso y Jorge Guinzburg aseguraba que había que ser serio. Que el numerito sólo no decía nada. Que todo tenía un contexto. Y que el numerito era maravilloso sólo si se compadecía con el sentimiento de estar haciendo las cosas bien. Al tipo le importaba –y mucho– lo que ponía en el aire y aunque parezca básico, no lo es. A más de uno no le interesa. Pero ese día ocurrió un milagro y después hubo otro y después hubo otro. Entonces entendí que no había milagros. Que era Jorge Guinzburg que sabía de qué hablaba.

Cualquiera de esos pelafustanes que se lo pasan dando al público lo que aseguran que el público quiere, hubiera puesto el grito en el cielo si Guinzburg le hubiera dicho: “Hoy viene Arturo Ripstein, director de cine de culto, mexicano”. Hubieran pedido un caño y minas en bolas. Hubieran pedido goles de ayer y la viuda del policía muerto llorando y exigiendo pena de muerte.

Pero Jorge Guinzburg puso, a las diez y media de la mañana, en el canal de televisión abierta más importante del país, una entrevista de 25 minutos con Arturo Ripstein. El tipo, reverenciado en un círculo no masivo, se compró a la audiencia que no paró de subir. Y Jorge, que sabía muy bien con quien estaba hablando, subió la apuesta, abrió el juego, todos preguntamos a un tipo que, en los papeles, tenía que hundirnos el programa. La charla fue deliciosa. El público respondió agradecido.

Cuando terminó el programa, entre los algodoncitos del desmaquillador, le dije de mi alegría por el éxito de esa entrevista. Me miró como te miraba cuando estaba orgulloso y feliz y me dijo: “¿Ves? La tele es equilibrio. Lo que te gusta, lo que sirve, lo que le sirve al tipo que ve, lo que hay que decir. Si vos hacés todo eso y sos auténtico, no hay manera de que te vaya mal”.

Hace un año que no estás y cada vez siento más no haberte obligado esa vez que me dijiste que escribiéramos un libro sobre televisión. Cuánto que tenías para enseñar se está olvidando. Cuánto nos estamos perdiendo sin vos.

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